jueves, 31 de mayo de 2012

De cómo convertir barro en oro.


En los últimos meses (más precisamente desde la muerte de Nestor), Hugo Moyano se ha convertido en una especie de enemigo público del gobierno. Las cuestiones públicas de esta transformación son rastreables en los medios de comunicación. Los nodos privados de este alejamiento corren por nuestra cuenta y nuestra frondosa imaginación. Lo cierto es que de a poco (a veces en silencio y otras veces de manera estrepitosa) Moyano ha intentado mostrar cierta autonomía relativa respecto al gobierno de Cristina. Estar alineados no significa ser parte del gobierno. Apoyar ciertas medidas no implica comerse todos los sapos ni dejarse disciplinar a los bifes. En realidad es una posición que no podemos dejar de remarcar teniendo en cuenta que mucho se ha escrito y criticado (y cuánto se escribe y escribirá todavía!!!) acerca de la dependencia del sindicalismo respecto a las estructuras del Estado y de la intervención de éste (y sus gobiernos) en los intersticios sindicales.

Esta intención de mantener para sí esa autonomía relativa, ha llevado a los medios de comunicación que divulga el sentido común kirchnerista más básico y recalcitrante a tratarlo de traidor, de corporativo (corporativo malo, por supuesto; después están los corporativos buenos como los curas, los jueces, los docentes universitarios, los empresarios), y, como se dijo, de enemigo público. Lo cierto es que algunas de las posturas de Moyano y de su CGT, son tomadas por el gobierno como afrentas personales, como deslices imperdonables. A partir de aquí, si la cuestión se vuelve un problema de enconos personales, todo aquel que crea que las afirmaciones de Moyano respecto a la conspiración de ministros y sindicalistas son elucubraciones de un loco paranoico, se equivocan. En política, las afrentas personales se pagan en su justo precio.

No está mal conspirar, politiquear, intervenir (alguien cree que la mayoría de las veces la política es otra cosa?). Pero solo alcanza con echar una mirada al abanico de personajes con los cuales se conspira para averiguar la fórmula ilusoria de amasar oro con barro: Lescano, Barrionuevo, Martínez, Cavalieri (... la lista continúa). El problema es creerse que efectivamente se está fabricando oro. Sabemos quién es quién. No hace falta detallar en este breve pasquín cuándo, cómo y por qué estos personajes se transformaron en indeseables. Se me dirá, sus afiliados los votan. Si, es cierto. Pero eso acá no está en discusión. La cuestión de la democracia sindical, de sus procesos eleccionarios, de la ley de asociaciones profesionales, de la violencia y represión internas contra los militantes opositores, quedarán para otro momento.

¿Que Moyano chicaneó a veces por demás? Es cierto. Respaldar a Venegas no es una de sus jugadas más inteligentes ¿Que Moyano sacó los pies del plato? Mmmm, ¿no será que el plato se achicó? ¿No será que otros pies ocupan más lugar? Como los de De Mendiguren por ejemplo. Pero claro, De Mendiguren es educado, formado, dueño de empresa y, para mejor, representante de la oscuramente histórica UIA. El representa todo lo que la clase media quiere ser. Y también es vocero contra todo lo que la clase media detesta. Todo lo que las clases medias miran a través de esas vidrieras de frivolidad y tilinguería que son las revistas de actualidad donde tienen la posibilidad de espiar lo linda que le quedó la nueva decoración del baño a Susana Giménez.

Pero, para ser justos, también está la otra clase media. La oficialista. La intelectualidad burguesa y la juventud con blackberry que copa las plazas, los actos, la construcción de sentidos con una notoria matriz discursiva antisindical que termina reforzando aquella idea bien anclada en el imaginario colectivo acerca de lo malos que son los sindicalistas (en esto, hay que decirlo, la derecha ganó la pulseada con una pequeña ayudita de sus amigos de izquierda). Clase media ésta última que habrá que ver a dónde va a estar si los vaticinios del trasnochado de Buzzi se hacen realidad, si las amenazas de los todo poderosos sojeros se cumplen porque no quieren pagarle más impuestos a un gobierno que ha mantenido intacta la estructura de la propiedad de la tierra, la conformación de su composición impositiva y se la pasa creando ministerios para proteger sus intereses. Me dirán, hoy no hay consenso social para un lock out como el del 2008. Puede ser. Pero tampoco hay una base social movilizada con poder para confrontar en la ruta y seriamente si se produjera.

Seguimos defendiendo muchas iniciativas de este gobierno. Con fuerza y fruición; en la plaza pública y en la mesa familiar. Pero no dejemos, parafraseando a Carlitos (el de El Abasto, no el de Anillaco) que el músculo duerma y la ambición descanse en los laureles.