viernes, 1 de junio de 2012

Billetes verdes y trabajo negro.


Yo trabajo desde que tengo 15 años. Vendí ropa en negocios varios, fui mesera en parrillas de barrio y bares cool de la Avenida Libertador, saqué fotocopias. Todo eso sin un aporte previsional. Recién desde los 36 años tengo un trabajo en blanco, con aportes, vacaciones pagas, aguinaldo, licencia por maternidad, y todo lo que viene con eso.

Desde que empecé a trabajar, a los 15, tenía en mente un objetivo: ahorrar dinero para hacer un viaje, si era a Europa mejor (ustedes saben como somos ese cúmulo amorfo de personas llamada clase media). Por supuesto ese ahorro era en dólares. Si no hubiera sido así se lo hubieran comido las hiperinflaciones de Alfonsín y la consecutiva de Menem. Pero yo juntaba mis pesitos, me iba al kioskito cerca de la casa de mis viejos (uno de los famosos arbolitos), y me compraba unos dólares. Después con el 1 a 1, la compra se hizo más fácil. A los 30 ya tenía amarrocados los suficientes verdes como para comprarme un pasaje (el más barato y con más escalas que un bondi interbalneario) y en abril de 2000 aterricé en Roma. Pero hoy no es mi intención extenderme en el anecdotario de ese viaje. Lo que quiero contar que ese dinero que junté era dinero en negro. Dinero que gané trabajando en lugares que evadían las cargas sociales que implica tener empleados. Lugares en los que me estafaban a mi y estafaban al fisco (las veces que me habré escondido en el baño cuando venía una inspección!!! claro, igual no fueron muchas).

A lo que voy. Hoy un pibe o una piba de 30 (nombrar a ambos géneros es políticamente correcto pero entre nos, me hincha las pelotas) que ahorró 15 años para darse un gustito de ricos, no podría hacerlo. Por qué? Porque no podría justificar de dónde sacó la plata para comprar esos dólares necesarios para viajar ¿Es acaso que las historias particulares me importan y entonces me disfrazo de defensora de ausentes y pobres, y vocifero, reclamo y grito? Pues no. Me importa poco que un individuo no pueda darse el gusto de viajar, ni que se estén “vulnerando sus derechos constitucionales” de comprar divisas extranjeras. En todo caso es un problema personal, un escollo individual que nada tiene que ver con la política ni con el interés público, que siempre y por definición aristotélica, es superior.

Lo que sí me importa y me preocupa es que el individuo en cuestión (si no tiene intención de cometer un delito en comisión acercándose a las mesas de dinero del dólar “blue”) no podría viajar por no tener manera de justificar la procedencia del dinero en vez de amonestar, sancionar, multar y escarniar (existe esa palabra?) a los empleadores que toman personal en negro. Entonces se pone al carro delante del caballo y se pierde una vez más la oportunidad de articular políticas públicas (claro, hay que reconocer que esta articulación la deberían haber pensado desde e Ministerio de Trabajo y sabemos que Tomada es un poco inútil para todo aquello que tenga que ver con la gestión, salvo que se trate de instalar kiosquitos).

Desdolarizar la economía es saludable y es un objetivo que comparto. Obligar a los grandes tenedores de divisas a liquidarlas localmente, es una medida de política económica legítima y más que interesante. Fiscalizar la salida de dinero producido localmente para la repartija de dividendos, ni les cuento lo contenta que me pone. Controlar el origen de los fondos destinados a la compra de dólares, es acertado teniendo en cuenta la necesidad de controlar además el blanqueo proveniente de actividades ilegales (como la prostitución forzada y el narcotráfico que, convengamos, ahora con el dólar paralelo tienen un canal de liquidación formidable y un negocio que le pone el moño a la impunidad). Pero no todo el dinero en negro proviene de actividades ilegales que realizan sus tenedores, como es el caso de trabajo en negro. En ese caso, la actividad ilegal la realiza un tercero que es a quien hay que ir a vigilar y castigar porque cometió un delito doble: contra el Estado y contra el individuo contratado. Gastar recursos para ocuparse del chiquitaje en vez de organizarse en función de perseguir el “delito mayor”, es una pérdida de tiempo.

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