En los últimos meses (más
precisamente desde la muerte de Nestor), Hugo Moyano se ha convertido
en una especie de enemigo público del gobierno. Las cuestiones
públicas de esta transformación son rastreables en los medios de
comunicación. Los nodos privados de este alejamiento corren por
nuestra cuenta y nuestra frondosa imaginación. Lo cierto es que de a
poco (a veces en silencio y otras veces de manera estrepitosa) Moyano
ha intentado mostrar cierta autonomía relativa respecto al gobierno
de Cristina. Estar alineados no significa ser parte del gobierno.
Apoyar ciertas medidas no implica comerse todos los sapos ni dejarse
disciplinar a los bifes. En realidad es una posición que no podemos
dejar de remarcar teniendo en cuenta que mucho se ha escrito y
criticado (y cuánto se escribe y escribirá todavía!!!) acerca de
la dependencia del sindicalismo respecto a las estructuras del Estado
y de la intervención de éste (y sus gobiernos) en los intersticios
sindicales.
Esta intención de mantener para sí
esa autonomía relativa, ha llevado a los medios de comunicación
que divulga el sentido común kirchnerista más básico y
recalcitrante a tratarlo de traidor, de corporativo (corporativo
malo, por supuesto; después están los corporativos buenos como los
curas, los jueces, los docentes universitarios, los empresarios), y,
como se dijo, de enemigo público. Lo cierto es que algunas de las
posturas de Moyano y de su CGT, son tomadas por el gobierno como
afrentas personales, como deslices imperdonables. A partir de aquí,
si la cuestión se vuelve un problema de enconos personales, todo
aquel que crea que las afirmaciones de Moyano respecto a la
conspiración de ministros y sindicalistas son elucubraciones de un
loco paranoico, se equivocan. En política, las afrentas personales
se pagan en su justo precio.
No está mal conspirar, politiquear,
intervenir (alguien cree que la mayoría de las veces la política es
otra cosa?). Pero solo alcanza con echar una mirada al abanico de
personajes con los cuales se conspira para averiguar la fórmula
ilusoria de amasar oro con barro: Lescano, Barrionuevo, Martínez,
Cavalieri (... la lista continúa). El problema es creerse que
efectivamente se está fabricando oro. Sabemos quién es quién. No
hace falta detallar en este breve pasquín cuándo, cómo y por qué
estos personajes se transformaron en indeseables. Se me dirá, sus
afiliados los votan. Si, es cierto. Pero eso acá no está en
discusión. La cuestión de la democracia sindical, de sus procesos
eleccionarios, de la ley de asociaciones profesionales, de la
violencia y represión internas contra los militantes opositores,
quedarán para otro momento.
¿Que Moyano chicaneó a veces por
demás? Es cierto. Respaldar a Venegas no es una de sus jugadas más
inteligentes ¿Que Moyano sacó los pies del plato? Mmmm, ¿no será
que el plato se achicó? ¿No será que otros pies ocupan más lugar?
Como los de De Mendiguren por ejemplo. Pero claro, De Mendiguren es
educado, formado, dueño de empresa y, para mejor, representante de
la oscuramente histórica UIA. El representa todo lo que la clase
media quiere ser. Y también es vocero contra todo lo que la clase
media detesta. Todo lo que las clases medias miran a través de esas
vidrieras de frivolidad y tilinguería que son las revistas de
actualidad donde tienen la posibilidad de espiar lo linda que le
quedó la nueva decoración del baño a Susana Giménez.
Pero, para ser justos, también está
la otra clase media. La oficialista. La intelectualidad burguesa y la
juventud con blackberry que copa las plazas, los actos, la
construcción de sentidos con una notoria matriz discursiva
antisindical que termina reforzando aquella idea bien anclada en el
imaginario colectivo acerca de lo malos que son los sindicalistas (en
esto, hay que decirlo, la derecha ganó la pulseada con una pequeña
ayudita de sus amigos de izquierda). Clase media ésta última que
habrá que ver a dónde va a estar si los vaticinios del trasnochado
de Buzzi se hacen realidad, si las amenazas de los todo poderosos
sojeros se cumplen porque no quieren pagarle más impuestos a un
gobierno que ha mantenido intacta la estructura de la propiedad de la
tierra, la conformación de su composición impositiva y se la pasa
creando ministerios para proteger sus intereses. Me dirán, hoy no
hay consenso social para un lock out como el del 2008. Puede ser.
Pero tampoco hay una base social movilizada con poder para confrontar
en la ruta y seriamente si se produjera.
Seguimos defendiendo muchas iniciativas
de este gobierno. Con fuerza y fruición; en la plaza pública y en
la mesa familiar. Pero no dejemos, parafraseando a Carlitos (el de El
Abasto, no el de Anillaco) que el músculo duerma y la ambición
descanse en los laureles.